En un lugar. Antes:
Un plató de televisión, un
presentador desconocido de concursos educativos, dos únicos participantes,
aburridos, quietos, silenciosos, que se miran las musarañas esperando
que la sintonía musical dé paso a la siguiente y última pregunta. El programa se graba sin espectadores,
solamente un gendarme de gafas ahumadas vigila que todo siga su
curso. Será emitido a deshoras, apto para insomnes y consumidores de porno
light.
En otro sitio, después:
Ellos dos están en el balcón,
ninguno de los dos tienen los pies atados al suelo, ninguno de los dos está
amarrado al mundo. Él tiene un cigarrillo entre los dedos, otro más, el último.
Ella tiene un tazón de café negro humeante entre las manos, el tercero,
el siguiente. Ojean la lontananza: hace días que los buitres no sobrevuelan
los tejados, seguramente los callejones están llenos de carroña. Él
conoce a esos pajarracos, sabe que tarde o temprano volverán. Ella también
los conoce, más personalmente, incluso les ha puesto nombre, a uno lo llama Sebastián,
a otro Mataperros, a otro Simbad, pero ninguno acude a sus
llamadas .
Dentro, en el apartamento, la
televisión sigue martilleándoles con una sonata comercial
horrible, insistente, como un jingle de Navidad, repetitivo y decadente.
Silencio.
El locutor escupe la
pregunta:
-
En una hipotética competición entre
el Pato Donald y el Pájaro Loco
¿ Quién de los dos podría pronunciar diez veces seguidas, con total
claridad y
perfecta dicción, la palabra “humberthumbertiano” ?
Ella le mira, él quizás no.
Los dos han escuchado la pregunta. Saben que los malos les están vigilando...
Se desvisten, se quitan la
ropa interior (él unos slips del mercado de los domingos, ella unas
bragas puestas al revés y con dibujitos de Andy Warhol) y la arrojan por la
barandilla. Cae la ropa dibujando una parábola imperfecta,
entre el corro de buitres que no alzan el vuelo.
Ahora sí se miran los dos.
Ella desnuda está más misteriosa. Los dos saltan al vacío, sin hacer ruido y dibujando una
espiral, el corro de buitres tampoco alza el vuelo.
Porque allí no cayó nadie.