Ellos tienen prohibido por leyes divinas airear los secretos que los pellejos les cuentan en las noches de trabajos triperos. Su oficio les obliga a ser discretos, sumisos, introspectivos; pero hay épocas de lluvias torrenciales -como aquella que inundó Macondo-, de tormentas vesánicas –como la que hizo desaparecer la Atlántida-, hay épocas en las que solamente las sierpes se atreven a reptar entre las momias, en las que únicamente las culebras se pasean bíblicamente por el mundo. Es en esos días cuando los embalsamadores y los taxidermistas les da la ventolera de escupir todo lo que saben.
Da lo mismo, nadie les cree. A los muertos y a sus maquilladores nadie les hace ni puñetero caso.
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