A Ella le gustan las granadas porque le recuerdan los cuentos orientales que leía de niña, llenos de princesas misteriosas cuyos orgasmos eran espesos y abundantes como aceite saliendo de una vasija.
Pero además le gustan porque para abrirlas hay que romper la corteza dura que las protege utilizando una herramienta afilada -que podría ser la mente, si es uno privilegiado- e incluso, a veces, una pizca de fuerza, y porque una vez abiertas y aunque parezca que todo lo que contienen está a la vista, para disfrutarlas a plenitud hay que sacar pepita por pepita roja y jugosa empotrada en su capa esponjosa y masticarla despacio, sintiendo con la lengua mientras se busca con los ojos.
A Ella le gustan las granadas.
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