- LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA
DE BOBBY EL MELANCÓLICO, JANIS SU
DESQUICIADA NOVIA Y KRISTO EL SUECO PENITENTE -
A
Kristo el sueco, un texano alto y barbudo, temeroso de dios por una educación ultra
religiosa, solo le gustaba hacerlo en una posición, siempre se las arreglaba
para que ellas se pusieran a cuatro, las enfilaba por detrás sujetándolas con
una mano por el pelo, como cuando domaba potras agarrándose a sus crines allá
en Laredo, y con la otra mano sostenía una biblia deshilachada escrita en
holandés antiguo, tan antiguo que Londres todavía era Londra y Sevilla era Híspalis,
tan antiguo que los mapas del Nuevo Mundo ni siquiera estaban esbozados en la
cabeza de aquel genovés vendesueños. Murmuraba por lo bajini tres miseres al
ritmo de los caderazos, uno para San Teodardo Tranquilino de Spira, patrón de los bastardos y de los eyaculadores
precoces, otro para Santa Marta de Betania, hermana melliza de la primera golfa
de la historia bíblica, virgen cuidadora
de los sonámbulos y de los que hacen noche en los mesones, y el tercero y último
a San Juan Damasceno, protector de los cambiantes de opinión, de los falsos y
de los dubitativos. Después se corría como un caballo exhausto y rezaba de un
suspiro un Ave María, rogando a Dios Padre, a Jesucristo y a todos los ángeles de la guarda que le
protegieran de los vestidos de novia huérfanos y de los afroamericanos
maricones, que la tienen enorme y no respetan las sagradas escrituras de la sodomía.
Así era Kristo hasta el día en que conoció a Janis.
UNO viene de un mundo donde los perros son obesos y los gatos visten chaquetitas de pedrería. UNO ha llegado a un mundo donde a veces hay que cagar en la calle.
Y si quieren saber
De tu pasado
Es preciso decir una mentira,
Dí que vienes de allá
De un mundo raro,
Que no sabes llorar,
Que no entiendes de amor
Y que nunca has amado.
Es preciso decir otra mentira,
Les diré que llegué
De un mundo raro,
Que no sé del dolor,
Que triunfé en el amor
Y que nunca he llorado
Yo, nunca he llorado.
Y ahí no mando yo. La mayoría de la
veces lo hago sin querer, surge y ya está. Fue un don heredado de mis abuelos,
los que emigraron a Francia procedentes de Valencia; judíos sefardíes,
expulsados de un reino milenario. Guardaban los poderes de varias generaciones entre
sus genes. La magia, la potestad de influir. A mí me dejaron la capacidad de
poseer a través de los sueños.
Las noches de domingo no me gustan,
me asustan. Me sumergen en la premonición de una realidad depredadora, por eso me
perfumo y me acicalo con notas orientales de azafrán y melocotón antes de salir.
Anoche te descubrí confuso y silente al
fondo de la barra, sosteniendo aquel brebaje anaranjado. Me acerqué a ti, te
pedí fuego. Te hubiera besado allí mismo, hasta consumirte, pero tú no me viste.
Prendiste distraído el extremo de mi cigarro sin percatarte de que me aspirabas.
Invisible para ti, roce tu mano dándote las gracias.
Por eso te esperé anoche en el fondo
de tus sueños. Y hoy, y mañana.
Ni siquiera es vuestro el poder de joder a cualquier hombre; sí, lo acepto. Lo mismo que acepto la lluvia o las noches sin dormir. Este lunes me desperté confundido y con la boca confitada. El domingo fue una noche más de insomnio, pero esta vez fue placentero, dormí poco pero de una manera acompasada.
Lo extraño fue despertar con un regusto en la boca a melocotón y azafrán, y las sábanas sucias.
Ahora que ya llegó el calor duermo en pelotas, por lo tanto las manchas en las sábanas fueron debidas a una polución nocturna, cosa que no me pasaba desde ni recuerdo cuándo. Busqué el origen de todo eso en mis sueños hasta que di con él. Había soñado con un cuerpo, con una mujer de tetas adolescentes y coño de funambulista, con una mujer de lenguaje lascivo y bemba provocadora. Seguí desmadejando el sueño a pesar que el muy cabrón desaparecía cuanto yo más intentaba visualizarlo: tuve sexo con esa mujer aunque estoy convencido que ni siquiera llegamos a follar, fue sexo de caricias y lenguas, fue sexo de abrazos y palabras. Mi lengua y su lengua buscaban y encontraban todos los agujeros de nuestros cuerpos, mis manos y sus manos se aprendieron las virtudes y los defectos de nuestras pieles.
La verdad es que fue una manera poco salvaje de desquitarme con esa mujer, la verdad es que fue casi dulce.
Jamás pensé que unas imágenes o unos recuerdos me provocarían excitación onírica. A mí es fácil ponérmela dura, lo reconozco, con fotografías, con palabras, con acentos, con pensamientos, cualquiera de esas armas femeninas es capaz de empalmarme, pero hasta ahora ninguna mujer se había metido dentro de mis sueños.
Ahora ya es tarde para prohibirme que te piense, ya no es cosa mía ni de mi polla, ahora es cosa de mis sueños, y ahí no mando yo.
Con
el tercero llegó la discordia. Él prefería no hablar de la tercera,
claro, porque ella solo era una amiga, especial, pero una amiga; no como el treintañero
que rondaba a su pareja, ese jovenazo de anuncio de patatas sin gluten, que además de follársela la escuchaba y la
admiraba.
Propio
de ti, atacar para defenderte, se dijo contemplándose frente al espejo del
salón. Mientras, ella no paraba de hablar, ofendida, iracunda. Apenas la
escuchaba. Hablaba
de forma controlada y altiva como quien se sabe con razón en lo que dice, como
quien fundamenta sus hipótesis en verdades irrefutables comprobadas término a término.
-No me defenderé, solo
voy a decirte dos cosas: Una, yo no busco víctimas, busco compañías. Dos, mis
tetas, están perfectas, y se ve que hace mucho que no me miras el culo.
Mientras
la miraba de cintura para abajo, pensando en lo torpe que había sido en su
ataque estéril y blandengue, escuchó como si fuera una sentencia de muerte:
- - Lleva razón el tonto
del pueblo: El mundo gira en torno a un agujero, que además ni siquiera es
vuestro.
Delirante de ginebra, o
de ron, o de moscatel, o de cualquier otra bebida que te cierre los
poros del entendimiento y te da el valor de salir a buscar otra
víctima. Y el problema lo tienes tú, reconócelo. Yo ya no te
sirvo, después de tantos años y ya no te sirvo. Ahora solo quieres
pollas jóvenes entre tus piernas, solamente piensas en que te
empotren, en que te follen, no quieres que te hagan el amor, sí, has
entendido bien: hacer el amor. El sexo oral es la expresión de amor
más profunda que existe, te regalo placer a cambio de nada, por eso
odias que te coman el coño.
Y no te quieres enterar
que el tiempo pasa para todos, a ti se te caen las tetas y a mi el
pelo, a ti se te estría la piel del culo y a mi la del alma. Pero tu
eres muy sibilina, sabes esquivar los estragos, te pones un sujetador
dos tallas menos o te cruzas el bolso por delante, aunque lo único
que consigues es que te miren las tetas (eso te encanta) y no te
miren los ojos, porque llevas el miedo a la crisis de los cuarenta
perfilado en tus pestañas. Te tiñes el pelo de rubio y te alisas
los tirabuzones, aún sabiendo que en quince días las canas y esas
ondas rebeldes volverán a aparecer.
Y ahora estás ahí, con
ese treintañero, él te devora con la mirada tal y como deseas, en
su cabeza piensa que hoy es su día de suerte, que hoy triunfará con
esa milf tan potente. Pobre, no sabe que la que manda eres tú. En
cuanto empiece a crecerse lo desarmarás preguntándole a bocajarro:
¿quieres follar?
El tonto del pueblo sigue
desgranando técnicas de nigromante: Dos de cada tres personas en
el mundo somos tu y yo, entonces ¿porqué siempre te encuentro con
el tercero?
Nadie le come el coño a las
putas.Esas fueron las últimas palabras con las que
me obsequiaste ayer, antes de que saliera disparada de allí con dos braguitas y
el cepillo de dientes dentro de una bolsa del super. Pero qué más da. Al fin y
al cabo no me gusta que me coman el coño, ¿o tampoco eso has llegado a
entenderlo? Y para tu información te diré que solo soy puta a partir de las
24:00, cuando todo está permitido y la luna acompaña al olvido, o cuando el
chico merece la pena. Tú dejaste de merecerla en el mismo instante en que decidiste que los mismos pendientes de plata
con amatistas eran un regalo ideal para mí y para tu compañera de trabajo.
Todo lo demás ya no cuenta. Lo
único que me queda es el recuerdo de un gin-tonic a media tarde en un pequeño
local mientras tus ojos atravesaban mi escote y tu respiración hablaba por ti,
delirante de ginebra.
Dicen que nadie le come el
coño a las putas. Claro, que eso qué más da. Nunca te ha gustado que
te coman el coño. Tampoco eso lo entendí nunca. Decías que preferías tenerme
cerca, junto a tu boca, que te gustaba sentir el peso de mi cuerpo sobre ti y
mi respiración jadeante en tu oreja.
Fue todo
tan rápido.Una espiral que nos arrastró en dos citas
clandestinas. Mientras saboreábamos un gin-tonic a media tarde, en aquella tabernita
solitaria, rozándonos las rodillas como sin querer, me preguntaste, solo por preguntar, si me apetecía follar contigo
ahora, en aquel mismo instante. Lo hiciste como lo haces todo, sin previo aviso.
Aunque no
hubieras llevado puesta aquella camisa negra desabotonada en sus tres primeros
ojales y con las tetas a punto de hacer estallar los otros tres, me habría sido
imposible negarme a esa mirada de gata sobre el tejado,delirante de ginebra.
No querer a nadie es ser libre, me
escribías en los márgenes de unos graciosos billetes de curso legal. Ahora lo único
que me queda es alguna canción de verano, la fotografía que te robé con el
móvil y las resacas del domingo; éso es lo más civilizado que nos ata, todo lo
demás está guardado en rotas maletas de nailon, mis papeles en cajas de zapatos,
tus revistas y tus braguitas en bolsas recicladas del Primark. Parece todo tan provisional
que quizás fue mentira. En los bolsillos de los pantalones todavía almaceno
unas piedras de nuestra playa, aquellas piedrecitas que te encajaba en el hueco
del ombligo y que eran el paso preliminar antes de morirnos un poco más. Por mi
calle pasrá una chiquilla que lleva el pelo igual que tú y me recordará las veces que
te ayude a despeinarte. Un vicioso anónimo en el autobús explorará tu culo,
fabricándose una erección entre dos paradas, y desempolvaré la imagen de mis manos reptando por
tus caderas. El tonto del pueblo parece clarividente, su lucidez es de wikipedia:Nadie le come el coño a las putas.
Todos
sus amantes la abandonaban a los pocos días con el pretexto infundado de ser
una egoísta, y eso no es cierto ni justo. A ella le encanta el sexo oral, muere
por tener la cabeza de un hombre entre sus piernas, aunque desgraciadamente
nunca ha sido capaz de devolver el placentero favor.
Ahora,
con los años, ha descartado los consoladores a pilas como substitutos del
cunnilingus -ya sabemos que es por la falta de acelerones en momentos
decisivos- y se ha comprado un fox terrier que atiende por el nombre de
Brubaker. El can tiene una retirada (en el pelaje, no en la genética) a Robert
Redford.
Brubaker
es un maestro en el arte del lengüetazo, y nunca –pero nunca- ha reclamado una
mutua compensación. Ella se llama Hello Kitty y por capricho de sus creadores
no tiene boca.
martes, 22 de julio de 2014
James Brown se me aparece cada mañana encaramado al techo de mi habitación, en posición fetal. Me habla con ese inglés medio gangoso de los afroamericanos marginales, me cuenta cosas de la vida y de la muerte. A veces su memoria se pierde y mezcla algún estribillo de “I feel good”, como si haberla palmado fuese lo mejor que le ha ocurrido nunca. Me dice que se pasó años buscando la felicidad, su felicidad, que conoció mujeres que sabían decir vetealamierdayanotequiero en ocho idiomas y después son incapaces de ser generosas con su lengua en el sexo oral (no les gusta chuparla)
Ayer, por fin, ese negro vicioso y funky me confesó su secreto:
- “solamente he amado a la única mujer que no necesitas verla, únicamente sentirla, para que se te levante (get up, get on up). La música.”
Los rusos las llaman perspectivas, sin embargo para nosotros simplemente
son avenidas, aunque ella en este preciso momento ha sabido encontrar la
verdadera perspectiva de la avenida que los sufre transitar.
Habían aprendido a pensar
en frío, para que los recuerdos ineludibles no les lastimaran ningún
sentimiento. Falso, es tan imposible como
domesticar a un gato.
Alguien está muy jodida, ya no escribe. Tiene nostalgias de aeropuertos y
de tazas de café, llora atardeceres y no le importa llevar las mismas medias
rotas toda la semana.
Alguien está muy jodido. Ha adivinado cómo se sintió el último dinosaurio. Comprende,
como lo comprendió aquella bestia mesozoica, que se desmorona el mundo, su
mundo, y no puede hacer nada.
Alguien está muy jodida, ya no lee. Está desmemoriándose poco a poco de una
polaca. ¿Qué será lo próximo? ¿Desgranar a la Pizarnik hasta que deje de ser
tan putamente claustrofóbica?
Alguien está muy jodido. Nunca debimos dejar de ser animales, las personas
no hemos aprendido todavía a relacionarnos, somos como lascas de feldespato que
reverberan las palabras. Todos deberíamos ser perros e iniciar con un
cunnilingus cualquier acercamiento entre congéneres.
La que está jodida sigue esperando a un hombre que cuando camine haga
temblar las avenidas del continente más lejano.
El que está jodido no quiere ser su amigo, eso le haría retroceder puestos
en una hipotética lista de futuros amantes.
A miles kilómetros y casi un mes de distancia, sus dedos rebuscaron en el cajón de la mesilla hasta que dieron con la foto que un extraño les hizo en el muelle de Barcelona.
Aquel disparo inmortalizó mil pensamientos, doscientas ganas y dos manos que luchaban contra la fuerza que a gritos las inmantaba. El acohol y el valor hacía mucho que se habían evaporado y con ellos el carmín de los labios que ella habría querido tatuarle por todo el cuerpo en el baño de cualquier bar, en la esquina de cualquier callejón. En la madrugada de la Diagonal.
En la mente de él aún había esperanzas de allanar un portal entreabierto y alargar el alba entre sus piernas, queriendo cuidarla cuanto se dejara, alzando su peso y sosteniéndolo frente a la pared para aliviar esos torturados pies que le hacían caminar a trompicones mal disimulados y arrancarle gemidos ahogados. A ella le habría encantado oírlo, pero él nunca lo pensó tan alto.
Llegaron al puerto y ella cogió un avión que la condujo a los hermanos Grimm. Tierra de amores desgarradores y finales suspensivos, de cuchillos de piedra y libros en inglés.
Se miraron a los ojos, queriendo aproximarse hasta quemarse la piel, queriendo enterrar los miedos de uno en las clavículas del otro y el deseo latente y ardiente en lugares más recónditos.
- No puede estar escrito en las estrellas lo que no termina en supernova.
Y con la explosión en sus entrañas se dieron media vuelta tratando de no mirar atrás, maldiciéndose por no haberse dado la oportunidad de dejar de ser cobardes.
...
Amanecida y antes del primer bostezo ya había pensado su nombre cincuenta veces. Cogió lápiz y papel y comenzó a escribir las palabras que aquella noche no se dijeron, evitando que volvieran a quedarse en el tintero. Una de esas cartas, quizás, que por miedo a que se lean terminan guardadas bajo llave.
Amanece de
mala gana sobre la ciudad, el puerto y la zona sur de la Diagonal están desiertos,
parecen tan desamparados como un polígono industrial en día festivo. Ellos caminan
sin hablar, él por la calzada, ella por la acera, así ambos parecen de la misma
estatura. De madrugada los pasos tienen música: jazz en el rumor de los zapatos
sin cordones de él, blues en el eco místico de los tacones de ella. A veces el
meñique de sus manos contrarias se roza un instante e inmediatamente ambos las
retiran. Él sueña con historias que nunca han sido escritas y ella sueña con besos
de vodka. El fuma deconstruyendo finas columnas de humo por la nariz y ella
recuerda mentiras de azúcar y regaliz de otros hombres.
- ¿tú
sabes lo que es el amor?
- Cargar una escopeta con dos cartuchos y
disparar con los ojos vendados.
Una
bandada de palomas sobrevuela sus cabezas llevando en sus alas el murmullo de tempestades
vencidas. Alguien se acerca pedaleando por el carril bici, “Me amo” de Love of
Lesbian le acompaña en su ritmo; una adolescente vomita borracha sobre la
alcantarilla, bajo sus pies, en las cloacas, se esconde el sapo que no ha podido reconvertir en príncipe.
- ¿tú sabes lo
que es la soledad?
- Quitarse la
venda y disparar apuntándose en el pecho.
Pronto la
calle se llenará de bostezos clónicos, de autobuses saturados de tristeza, de
flores de papel de aluminio, de ángeles monoteístas, de llantos de niño, de esperanzas
anestesiadas. Ellos siguen caminando con mucho cuidado de no tocarse las manos.
Él sueña con encontrar el valor para meterse en un portal a obscuras y comerle
los morros, ella sueña con dominar el idioma de los signos, para dibujarle con
gestos en el aire las palabras que todavía no se han inventado.
- Todo se reduce
a disparar...
- Sí. Tristemente
sí. Todo...
(-No es por casualidad que los diálogos
sean anónimos, que no sepamos si ha sido él o ella quien pregunta o quien
responde-) .
La mujer que persigue estrellas duerme con los ojos abiertos frente a su ventana. Afuera, en la azotea de enfrente, dos exiliados de la pobreza -un judío y un turco- están reformando ese cartel luminoso que no la deja vivir: ich liebe wein Al anochecer conectan el nuevo rotulo:das leben ist schön. La avenida vuelve a ser visible a intervalos. Los camellos y los que venden su culo por 20 € desaparecen entre sombras decadentes. Ahora una sonrisa se pinta en la cara de Aldebarán. Ahora ya no le importa que el fin del mundo fuera ayer, ni que haya sido ella la elegida para repoblarlo.
A las gavetas les hace falta aceite, siempre chirrían cuando las abro. A las puertas también, y a las cremalleras, y a los amaneceres, y a mis huesos, y a tus venenos, y a los mordiscos del alma. A todo le hace aceite, tengo que engrasar cualquier cosa que tenga bisagras, que tenga articulaciones, que tenga movimiento...
A los superhéroes les hace falta aceite, a los duelos de gatos en noches sin luna les hace falta aceite, a los dictadores olvidados y moribundos les hace falta aceite.
A las palabras les hace falta aceite, al mundo le hace falta aceite, a la vía láctea le hace falta aceite, incluso pondría un poco de lubricante a tu manera de decir: ¡¡Oye, no pares!!
...siempre lo estafan y ya está harto. Tomó
una decisión, la más fácil, el camino de en medio. Se fugó de aquella mierda de
trabajo y se puso a buscar su propio trébol de cuatro hojas. Desde aquel día Él no
puede pronunciar el nombre de ella en voz alta, cuando tiene que decirle algo
la llama “medusa”, porque sus ojos le escuecen si la mira, porque sus dedos le queman
si la toca.
Ella se pinta las uñas de verde arrecife y
los labios de morado vitriolo. Qué bien suena cuando ella dice “dame el
vi-tri-o-lo”, así, despacito, porque a ella le gustan los besos lentos y las
historias con dos finales, sabiendo que de esa manera llegan más adentro…
…que saber volar es esencial,
me decía Girondo. Pero a mi no se me
importa un pito -como a él- que las mujeres tengan las tetas como nenúfares de otoño, ni permito
que huelan a gasolina y zotal por las mañanas, y en el fondo me la trae bastante floja que hayan
aprendido a volar. La verdad es que
prefiero que estén a ras de suelo, como yo, que voy renqueando como un topo mirando siempre hacia arriba, mirando bajo sus faldas, entre sus leotardos de gatos y setas, esperando el milagro de encontrar algún
olvido de lencería que me haga esta vida de gusano más agradable.
Y lo peor de todo es que la
FAO anda diciendo por ahí que tenemos que comer insectos, que los saltamontes. las lombrices y
las hormiguitas son deliciosos. Y yo le pregunto a la FAO ¿es que se han
acabado los coños?
A través
de un reflejo en las puertas del Starbucks la he visto durante unos segundos,
cruzaba fugazmente sobre las azoteas de María Molina montada en una alfombra
voladora. He evitado levantar la cabeza y desviar la vista del suelo, no quiero
delatarla.
En los
mentideros subterráneos de la resistencia se cuenta que le sacó los ojos a una
centinela, aprovechó un cacheo -denso y descarado- sobre sus tetas para desenfundar
una horquilla del moño y dejarla ciega...
La noche se
acaba y el camión de la basura comienza la ruta para recoger los desechos de la
ciudad, arrambla con todo, con promesas olvidadas en condones de látex, con
peticiones de socorro en sobres americanos de ventanilla transparente, todo
cabe en esos camiones que huelen a olvido y a diesel.
La noche se
acaba y el tabaco también. -¿me das un cigarrillo? dijo él.
La noche se
acaba y ya no quedan diablos a quien vender el alma. -¿y tú me comerías el
coño? dijo ella.
Los siguientes
diez o quince años construyeron una película de bajo presupuesto, con una
mierda de guion predecible y facilón: trabajo de oficina y veranos en la casita
de la playa, niños no, que dan mucho trabajo, coche en el garaje y asientos en
el club de tenis, deberes conyugales rutinarios los domingos por la tarde,
todos los domingos, algún extra sexual en navidades y en los aniversarios.
Sabina
arrastra su voz de otoño quejumbroso por la radio:
“y llamaban
amor a la soledad que compartían”
Ahora él ha
dejado de fumar y ella se ha comprado -on line- un consolador de vinilo coloreado con vetas aguamarina.
La noche se
acaba y él hace crucigramas en italiano. Antónimo de vida, cinco
letras: morte.
La noche se
acaba y ella toma nota mental: mañana compraré pilas nuevas para mi unicornio
azul.
En esta
ciudad húmeda, norteña, desagradecida, no hay días en rojo, todos son grises,
incluso –sobre todo- las fiestas de guardar.
Pero hay un
viejo café donde el tiempo pasa tan despacio o más como en las avenidas burguesas
y sus charcos de arcoíris sucio. Es un café como los de antes, con sus mesas de
mármol veteado y sus sillas de hierro colado. Un mostrador con aros pegajosos
de copas de anís y lámparas de baquelita con bombillas de cuarenta y cinco.
Tres clientes perenes se sientan a desmembrar su pasado, ya que los recuerdos
son la pintura descascarillada de su memoria que se les está cayéndo poco
a poco, sin que nadie pueda hacer nada.
Son tres
hombres que no juegan al póker –como aquellos tres de los que hablamos no hace
tanto- ni miran a las niñas pasar tras los cristales. Se sientan al fondo, en
una mesa vestida con tres tazas de café negro, un cenicero y un jarrón con dos
flores. A un lado, en la pared, hay colgado la típica advertencia enmarcada “reservado
el derecho de admisión”, alguien pintó debajo y a lápiz un añadido: sobretodo
a los homófobos y su puta madre.
Hoy
hablaremos de Carlos, aquí le llamamos cariñosamente “Cienfuegos”, es sordo
como una tapia pero lee los labios y conoce doscientas catorce maneras de oír
el canto de los pájaros. Sabemos que es nieto de un cuentero (no cuentista), lo
sabemos porque usted nos lo ha dicho, y yo la creo, usted se sabe al dedillo el
árbol genealógico de titiriteros, magos y taumaturgos. Sabemos que huyó o lo
expulsaron de una isla donde los orgasmos son iridiscentes, aunque la verdadera
historia solamente la sé yo y de cómo llegó a esta puta ciudad húmeda, norteña,
desagradecida.
Carlos era
maestro de primaria, allá en su pueblo. Al principio era divertido y fácil. Solamente
tenía que ser capaz de conseguir que un puñado de malandrines imberbes
aprendieran a sumar. Cada día empezaba igual:
Dos y dos
son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis.
Todos los
días mañana y tarde, mañana y tarde, Día tras otro, semana tras semana,
trimestres y trimestres de la misma cancioncilla machacona y atiplada.
Uno por uno
uno, dos por dos cuatro, tres por tres nueve, cuatro por cuatro dieciséis.
Un año,
otro año, así hasta veinte.
Cansado de
aquella tonada infernal decidió una mañana cortarles la lengua a toda aquella
pandilla de bribones descerebrados. De camino en el furgón policial los
mamporreros del sistema le abrochaban la camisa de fuerza y le cambiaban las
costillas de sitio a patadas. Él seguía escuchando dentro de su cabeza aquellos
soniquetes de mierda y aprovecho un descuido para perforarse los tímpanos con
el unicornio azul de Silvio.
Años más
tarde apareció en esta ciudad húmeda, norteña desagradecida, dónde no crecen
geranios, pero en una mesa de un viejo café siempre se encontrarán tres hombres
sentados frente a unas tazas de café negro, un cenicero y un jarrón con dos gardenias para ti.
A partir del año de las luces, en el dos mil y muchos, las mujeres
decidieron que ya no tendrían más hijos por el método tradicional, olvidaron el
embarazo nuevemesino, el parto doloroso, y el amamantamiento bisiesto.
Dedicaron el tiempo del sexo por el puro placer de follar, conservando la
figura juvenil de las chicas impúberes. Fue la emancipación femenina más brutal
de la historia, más incluso que la del sufragio universal.
Los bebés se engendrarían
en botes de confitura. Las niñas en delicados envases de cristal, con sabor a
fresa. Los niños en varoniles tetrabriks de aluminio industrializado, con aroma
de naranja amarga. Todo, siempre, con un complicado sistema de ingeniería
genética, cientos de asépticos laboratorios llenos de doctores especializados
en la combinación quinielística de los cromosomas, y la jodida suerte de haber
acertado la misteriosa escritura del ADN a la primera.
Grandes recintos de
fertilidad vítrea, con enfermeras sexys de minifalda para los niños, con
machotes enfermeros de torso depilado para las niñas; hilo musical de fondo,
Paulina Rubio cantando gilipolleces a las féminas, Ricky Martin (antes de su
confesión) inculcando el fútbol a los varones. Al ladito de las estancias de
fecundación, construyeron enormes salas de lactancia, cada pequeño frasco de
mermelada conectado a una ordeñadora vacuna particular. Las vacas ya no se
volvieron locas, estaban esquizofrénicas al ver el rumbo que seguía la
humanidad.
A fuerza
de no utilizarlo, las mujeres perdieron un seno, las diestras el pecho
izquierdo, las zurdas el pecho derecho, por aquello de la simetría cerebral. En
las fronteras del sur quedaban las últimas putas con dos tetas, y con ganas de
yacer por el simple hecho de tener descendencia ilegalmente. Las tarifas de
sus servicios eran auténticas fortunas, que sólo podían pagar los univitelinos
de la última generación.
Ella ha encontrado un pote, polvoriento y barrigudo, escondido detrás de una montañas de Bohemias, todas de antes del 59. Tiene una etiqueta, amarillenta y carcomida en las esquinas, y sobre ella hay escrito con una letra meticulosa que se parece a la suya propia: "Melao de coño".
Tendrá que preguntar si a Él le gustan las torrejas.
Como terapia de choque me piden que dibuje a Lola, me
piden que haga un molde de porexpan, que lo rellene con la materia infinita de
los sueños y que acuñe a Lola. Me lo
piden como quien pide un segundo terrón de azúcar, y no es tan fácil, sobre
todo cuando a mí me gusta el café bien amargo.
Para empezar si ves a Lola en la distancia es una mezcla
entre Audrey Hepburn y Mónica Bellucci; poca
chicha pero bien repartida. Cuando se acerca caminando lo hace flexionando un
poco las rodillas en cada paso, como las modelos de pasarela pero sin llegar a
parecer un pato anoréxico. Un andar seguro y pausado, con un vaivén perfecto
de caderas. A veces casi levita como esas sumisas geishas japonesas, otras parece que esté bailando merengue como las mulatonas dominicanas; debe
ser por algún cambio de humor repentino.
Ya
sabemos que tiene el culo alto y la piel caribe. No es un culo enorme de
Pachamama latina ni una piel tostada a fuego lento. Respingón y canela podrían
ser dos buenos adjetivos.
Ojos
grandes que todo lo ven, que saben mirar a través de la piel. Ojos verdes. A
veces obscuros y otras de un transparente casi felino. Lo esencial es
invisible a los ojos, le reveló hace mucho tiempo un príncipe francés -amariconado
e infantil- que andaba de planeta en planeta con una bufanda al cuello esperando
a una bandada de pájaros migratorios que le llevaran de retorno a su casa.
Con la medida justa para parecer dominable en la cama pero sin llegar a serlo. Para concretar: elástica como si los huesos pudieran ser cartílagos a su antojo y pudiera crecer y menguar como los ciclos de la luna.
Dos
lombardas sobre el pecho, una a cada lado, ligeramente caídas hacia arriba. Pezón
grande de rosetón moreno, en verano (sin sujetador y con mi camisa blanca) está
de puta madre.
Acento
cálido y goloso. Si ella quiere puede morder cuando te habla, pero lo hace de
una manera tan delicada que ni te duele, ni te enteras. Es europea pero me
apuesto una botella de Don Perignon a que aprendió el español cruzando los
Atlánticos en un caballo de mar, entre los versos de Benedetti y las canciones
de Jorge Negrete.
El
despertador de su teléfono suena cada mañana con una canción premonitoria:Put the Blame on Mame,
Gilda quitándose el guante izquierdo varias veces en un bucle infinito. No sabemos todavía si ha ensuciado su piel con un tatoo, seguramente que sí, pero de una
manera discreta, ¿en una nalga quizás? ¿en un tobillo? No, ahora recuerdo, en
la parte de atrás de sus hombros, debajo de la nuca, hay escrito con letra
itálica un verso: heart is my favorite bitch. Es difícil verlo porque su
media melena se lo tapa, solamente durante poco más de un cuarto de hora se puede
leer, es cuando se recoge el pelo en un moño y se ducha antes del desayuno,
luego se pinta las uñas del color de su estado de ánimo y vuelve a
taparlo durante veintitrés horas y cuarenta y cinco minutos.
Pero,
y aquí viene lo más importante, lo exterior es lo que menos cuenta, éstos son
pormenores insignificantes Lo que realmente me tiene obsesionado es su
interior, lo que me intriga/fascina/preocupa/inquieta/es aquello que guarda dentro de su cabeza o de su
alma, si es que pudiera llegar a tener alma.
"Los libros, el vino rojo y el sexo anal", dijo Ella, y él abrió la boca para responder pero entonces fue el petardo y las voz irritada de la abuela "¡Coño, tan viejo que está el americano ese para ponerse en esas cosas!"
Son las
dos de la tarde y sale del apartamento caminando lentamente. Aunque primero hay
que dar un vistazo rápido para tenerlo todo en orden. Sillas, cojines, cuadros,
espejos. Todo en su sitio. Todo en su caos
particular. No quiere dejar testigos, quizás los únicos que podrían decir algo
serían el cenicero y la botella de ron, es mejor si coloca unas colillas y un
vaso a medio llenar en la escena. Y el equipo de música sonando a todo trapo en
modo repeat, Janis Joplin estará eternamente cantando con esa voz que
incita al suicidio.
Luego, en
la calle, continua caminando lentamente, sin movimientos bruscos, y a la misma
vez que se aleja del Café Fresa y Chocolate repasa con detenimiento todo lo que se cruza por
delante de sus ojos:
Una pareja
de ancianos plantados en medio de la calle que le dicen sin abrir la boca “¿señor-nos-puede-dar-unas-monedas-para-subir-a-la-guagua-que-nos-lleve-hasta-el-Colón?”
Una vieja
jinetera que en los años de bonanza saltó hacia el norte y trabajó de lo único que
había aprendido. Ahora cuenta que fue la escort mejor pagada de Miami, hasta
que llegaron aquellas portorriqueñas teñidas de rubio, pechugonas y con un
litro de botox en los morros.
Dos
maricas de bigote y guayabera blanca impecable que se recitan mutuamente
versitos de Carilda Oliver y Reinaldo Arenas, el primero que pierda turno le
tocará ser esa noche el pasivo. En realidad ninguno de los dos tiene miedo a
perder.
Las tres y
media y casi está llegando a su destino, no puede caminar deprisa porque lleva
un clavo guardado entre los dientes y tiene miedo a tragárselo. Bajar toda la
Avenida 23 le ha tomado un buen rato pero ahora ya tiene el Malecón a dos
pasos, lo huele, lo presiente. En cuanto pone un pie encima del murete de
cemento empieza su ritual: baja hacia las piedras, elige una bien planita y
despejada, se quita la ropa, toda la ropa, se queda en pelotas y se tiende boca
arriba mirando el cielo. Las cuatro
menos cinco y ya está preparado. Las cuatro en punto y comienza a diluviar con
esa puntualidad Caribe de todos los aguaceros. En el verano llueve en La Habana
cada tarde a las cuatro, sin falta.
Ahora ya
está empapado desde los pies a la cabeza. Entreabre la boca y deja asomar la
mitad del clavo que sujeta con la lengua apuntando hacia arriba, hacia el
cielo. Necesita que un rayo le atraviese el alma desde que la vio tomar una
copa de tinto y apagar un cigarrillo en aquel cenicero de latón, necesita que
un rayo le parta en dos trozos desde que ella le dijo que el corazón es su
puta preferida.
Si hoy no
tiene suerte mañana volverá a las cuatro en punto a tumbarse bajo la tormenta. Algún
día tendrá la grandísima estrella de beberse un rio de electricidad.
Ella está a sólo un día de una poltrona, un libro con orejas de gato, un gato con lengua de perro, una maceta de gardenias que huele a lascivia y una aceituna que se ahoga en la copa de Martini mientras espera un cuento.
Hay días en los que él
se viste con pantalones cortos y un bolero, se olvida de peinarse, se olvida de
la corbata y de los zapatos negros. Sale al mundo saludando al sol y al asfalto.
Sale rebelde a la calle, cruza los semáforos peatonales en ámbar, baja las
escaleras mecánicas del revés y le guiña el ojo a la vigilante de los parquímetros
No pretende buscarle la cuadratura al círculo, solamente reírse de la vida.
Hay días en los que ella
se desespera hasta el moño de esos adolescentes rubios, simétricos, de boca
grande y cerebro escaso. Intenta por todos los medios enseñarles a recitar a Sabines,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir. Ni
caso.
Esos bastardos nórdicos están empeñados en saber pronunciar perfectamente
y con española sonoridad la palabra “puta”. Por suerte en el trayecto a casa se
quita las horquillas del pelo, cierra los sentidos y sintoniza dentro de su
cabeza una emisora de radio pirata, ésa donde ponen la música que le gusta.
Entonces comienza a pronunciar bajito: