La noche se
acaba y el camión de la basura comienza la ruta para recoger los desechos de la
ciudad, arrambla con todo, con promesas olvidadas en condones de látex, con
peticiones de socorro en sobres americanos de ventanilla transparente, todo
cabe en esos camiones que huelen a olvido y a diesel.
La noche se
acaba y el tabaco también. -¿me das un cigarrillo? dijo él.
La noche se
acaba y ya no quedan diablos a quien vender el alma. -¿y tú me comerías el
coño? dijo ella.
Los siguientes
diez o quince años construyeron una película de bajo presupuesto, con una
mierda de guion predecible y facilón: trabajo de oficina y veranos en la casita
de la playa, niños no, que dan mucho trabajo, coche en el garaje y asientos en
el club de tenis, deberes conyugales rutinarios los domingos por la tarde,
todos los domingos, algún extra sexual en navidades y en los aniversarios.
Sabina
arrastra su voz de otoño quejumbroso por la radio:
“y llamaban
amor a la soledad que compartían”
Ahora él ha
dejado de fumar y ella se ha comprado -on line- un consolador de vinilo coloreado con vetas aguamarina.
La noche se
acaba y él hace crucigramas en italiano. Antónimo de vida, cinco
letras: morte.
La noche se
acaba y ella toma nota mental: mañana compraré pilas nuevas para mi unicornio
azul.
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