La mujer que persigue estrellas duerme con los ojos abiertos frente a su ventana. Afuera, en la azotea de enfrente, dos exiliados de la pobreza -un judío y un turco- están reformando ese cartel luminoso que no la deja vivir: ich liebe wein
Al anochecer conectan el nuevo rotulo: das leben ist schön. La avenida vuelve a ser visible a intervalos. Los camellos y los que venden su culo por 20 € desaparecen entre sombras decadentes.
Ahora una sonrisa se pinta en la cara de Aldebarán. Ahora ya no le importa que el fin del mundo fuera ayer, ni que haya sido ella la elegida para repoblarlo.