Todos
sus amantes la abandonaban a los pocos días con el pretexto infundado de ser
una egoísta, y eso no es cierto ni justo. A ella le encanta el sexo oral, muere
por tener la cabeza de un hombre entre sus piernas, aunque desgraciadamente
nunca ha sido capaz de devolver el placentero favor.
Ahora,
con los años, ha descartado los consoladores a pilas como substitutos del
cunnilingus -ya sabemos que es por la falta de acelerones en momentos
decisivos- y se ha comprado un fox terrier que atiende por el nombre de
Brubaker. El can tiene una retirada (en el pelaje, no en la genética) a Robert
Redford.
Brubaker
es un maestro en el arte del lengüetazo, y nunca –pero nunca- ha reclamado una
mutua compensación. Ella se llama Hello Kitty y por capricho de sus creadores
no tiene boca.