...porque los que saben contar historias pueden cambiar el mundo. Y aquí tenemos los bolsillos llenos de ellas.

(Amaranta)

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...no sé contar las cosas intangibles, pero puedo enumerar todas las que se me quedan en la piel.

(Estrellada)

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... y las arenas atrapahombres, y el sabor a sal, origen de todas las cosas.

(MA)


lunes, 11 de febrero de 2013

Corto de lunes

"Los libros, el vino rojo y el sexo anal", dijo Ella, y él abrió la boca para responder pero entonces fue el petardo y las voz irritada de la abuela "¡Coño, tan viejo que está el americano ese para ponerse en esas cosas!"

Luego comenzó a llover.

sábado, 9 de febrero de 2013

CUENTO DE SABADO





Son las dos de la tarde y sale del apartamento caminando lentamente. Aunque primero hay que dar un vistazo rápido para tenerlo todo en orden. Sillas, cojines, cuadros, espejos. Todo en su sitio. Todo en su caos particular. No quiere dejar testigos, quizás los únicos que podrían decir algo serían el cenicero y la botella de ron, es mejor si coloca unas colillas y un vaso a medio llenar en la escena. Y el equipo de música sonando a todo trapo en modo repeat, Janis Joplin estará eternamente cantando con esa voz que incita al suicidio.

Luego, en la calle, continua caminando lentamente, sin movimientos bruscos, y a la misma vez que se aleja del Café Fresa y Chocolate repasa con detenimiento todo lo que se cruza por delante de sus ojos:

Una pareja de ancianos plantados en medio de la calle que le dicen sin abrir la boca “¿señor-nos-puede-dar-unas-monedas-para-subir-a-la-guagua-que-nos-lleve-hasta-el-Colón?”

Una vieja jinetera que en los años de bonanza saltó hacia el norte y trabajó de lo único que había aprendido. Ahora cuenta que fue la escort mejor pagada de Miami, hasta que llegaron aquellas portorriqueñas teñidas de rubio, pechugonas y con un litro de botox en los morros.

Dos maricas de bigote y guayabera blanca impecable que se recitan mutuamente versitos de Carilda Oliver y Reinaldo Arenas, el primero que pierda turno le tocará ser esa noche el pasivo. En realidad ninguno de los dos tiene miedo a perder.

Las tres y media y casi está llegando a su destino, no puede caminar deprisa porque lleva un clavo guardado entre los dientes y tiene miedo a tragárselo. Bajar toda la Avenida 23 le ha tomado un buen rato pero ahora ya tiene el Malecón a dos pasos, lo huele, lo presiente. En cuanto pone un pie encima del murete de cemento empieza su ritual: baja hacia las piedras, elige una bien planita y despejada, se quita la ropa, toda la ropa, se queda en pelotas y se tiende boca arriba mirando el cielo.  Las cuatro menos cinco y ya está preparado. Las cuatro en punto y comienza a diluviar con esa puntualidad Caribe de todos los aguaceros. En el verano llueve en La Habana cada tarde a las cuatro, sin falta.

Ahora ya está empapado desde los pies a la cabeza. Entreabre la boca y deja asomar la mitad del clavo que sujeta con la lengua apuntando hacia arriba, hacia el cielo. Necesita que un rayo le atraviese el alma desde que la vio tomar una copa de tinto y apagar un cigarrillo en aquel cenicero de latón, necesita que un rayo le parta en dos trozos desde que ella le dijo que el corazón es su puta preferida.


Si hoy no tiene suerte mañana volverá a las cuatro en punto a tumbarse bajo la tormenta. Algún día tendrá la grandísima estrella de beberse un rio de electricidad.