Como terapia de choque me piden que dibuje a Lola, me
piden que haga un molde de porexpan, que lo rellene con la materia infinita de
los sueños y que acuñe a Lola. Me lo
piden como quien pide un segundo terrón de azúcar, y no es tan fácil, sobre
todo cuando a mí me gusta el café bien amargo.
Para empezar si ves a Lola en la distancia es una mezcla
entre Audrey Hepburn y Mónica Bellucci; poca
chicha pero bien repartida. Cuando se acerca caminando lo hace flexionando un
poco las rodillas en cada paso, como las modelos de pasarela pero sin llegar a
parecer un pato anoréxico. Un andar seguro y pausado, con un vaivén perfecto
de caderas. A veces casi levita como esas sumisas geishas japonesas, otras parece que esté bailando merengue como las mulatonas dominicanas; debe
ser por algún cambio de humor repentino.
Ya
sabemos que tiene el culo alto y la piel caribe. No es un culo enorme de
Pachamama latina ni una piel tostada a fuego lento. Respingón y canela podrían
ser dos buenos adjetivos.
Ojos
grandes que todo lo ven, que saben mirar a través de la piel. Ojos verdes. A
veces obscuros y otras de un transparente casi felino. Lo esencial es
invisible a los ojos, le reveló hace mucho tiempo un príncipe francés -amariconado
e infantil- que andaba de planeta en planeta con una bufanda al cuello esperando
a una bandada de pájaros migratorios que le llevaran de retorno a su casa.
Con la medida justa para parecer dominable en la cama pero sin llegar a serlo. Para concretar: elástica como si los huesos pudieran ser cartílagos a su antojo y pudiera crecer y menguar como los ciclos de la luna.
Dos
lombardas sobre el pecho, una a cada lado, ligeramente caídas hacia arriba. Pezón
grande de rosetón moreno, en verano (sin sujetador y con mi camisa blanca) está
de puta madre.
Acento
cálido y goloso. Si ella quiere puede morder cuando te habla, pero lo hace de
una manera tan delicada que ni te duele, ni te enteras. Es europea pero me
apuesto una botella de Don Perignon a que aprendió el español cruzando los
Atlánticos en un caballo de mar, entre los versos de Benedetti y las canciones
de Jorge Negrete.
El
despertador de su teléfono suena cada mañana con una canción premonitoria: Put the Blame on Mame,
Gilda quitándose el guante izquierdo varias veces en un bucle infinito. No sabemos todavía si ha ensuciado su piel con un tatoo, seguramente que sí, pero de una
manera discreta, ¿en una nalga quizás? ¿en un tobillo? No, ahora recuerdo, en
la parte de atrás de sus hombros, debajo de la nuca, hay escrito con letra
itálica un verso: heart is my favorite bitch. Es difícil verlo porque su
media melena se lo tapa, solamente durante poco más de un cuarto de hora se puede
leer, es cuando se recoge el pelo en un moño y se ducha antes del desayuno,
luego se pinta las uñas del color de su estado de ánimo y vuelve a
taparlo durante veintitrés horas y cuarenta y cinco minutos.
Pero,
y aquí viene lo más importante, lo exterior es lo que menos cuenta, éstos son
pormenores insignificantes Lo que realmente me tiene obsesionado es su
interior, lo que me intriga/fascina/preocupa/inquieta/es aquello que guarda dentro de su cabeza o de su
alma, si es que pudiera llegar a tener alma.
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