...porque los que saben contar historias pueden cambiar el mundo. Y aquí tenemos los bolsillos llenos de ellas.

(Amaranta)

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...no sé contar las cosas intangibles, pero puedo enumerar todas las que se me quedan en la piel.

(Estrellada)

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... y las arenas atrapahombres, y el sabor a sal, origen de todas las cosas.

(MA)


lunes, 5 de noviembre de 2012

Winston dixit:


Ellos –los que dicen ser los buenos pero en realidad no los son- han conseguido a medias su objetivo. Yo, que tenia memorizada la orografía de tu piel en las palmas de mis manos, ahora solamente me queda la sensación de un hueco entre los dedos.

Ellos –los que abrevian ministerios y departamentos- decidieron que tú pasaras de ser una certeza cierta a una ausencia incierta. Han logrado que no recuerde ni tu nombre, pero no han podido diluir el sabor de tu pezón bajo mi lengua.

Ellos –los que combinan palabras e impertinencias- me llevaron al límite varias veces, me dejaron suspendido en ese momento en que la novia duda entre asentir o rechazar, lograron que me sintiera como un amputado que se rasca la pierna que no tiene.

Fue muy fácil admitir que sus mentiras eran más tangibles que mis verdades, ni siquiera les hubiera hecho falta torturarme, soy débil y me daba lo mismo; y además yo había leído a Benedetti antes que sus mierdas de panegíricos: “Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”.

Lo difícil fue borrarte de mí, eso no lo han conseguido.

Pero aún hoy, después de muchas estaciones, no sé quién eres/eras, no sé de qué libro nos escapamos, no sé en qué año reventamos.

3 comentarios:

  1. Julia dixit:

    "Por supuesto, no es ropa de santo precisamente", dices, y la ves meterse en la camiseta y notas como cobra vida de nuevo la calavera con su sombrero de copa y al mismo tiempo te das cuenta de que su sonrisa hueca no es la misma, de que te mira como reclamando algo, su cuerpo-dueño, el meneíto que sacudía el trago con que te esperaba y las nalgas a medio cubrir y la melena invadiéndolo todo y la sonrisilla cuando llamaba tu madre y la manera tan suave de pedirte porquerías y el sonido de pedo mojado que hacía con la boca cuando decidía dejarte por imposible y su humor de sepulturero y los maullidos que traumatizaban a los murciélagos.

    En algún lugar de la ciudad llueve, y ella lee. Le faltan tus manos, pero eso aún no lo sabes porque eres un imbécil. Y además eres desconfiado, porque aún cuando ella te ha dicho claramente que eres un imbécil, no lo quieres creer.

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