...porque los que saben contar historias pueden cambiar el mundo. Y aquí tenemos los bolsillos llenos de ellas.

(Amaranta)

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...no sé contar las cosas intangibles, pero puedo enumerar todas las que se me quedan en la piel.

(Estrellada)

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... y las arenas atrapahombres, y el sabor a sal, origen de todas las cosas.

(MA)


sábado, 1 de diciembre de 2012

Quentin notes


Para empezar será un trío. La base de cualquier problema es el tres. El, Ella, y el Marido


Él: debe ser un sicario como los de antes, un romántico sin lágrimas ni sonetos atravesados, un caballero de los pies a la cabeza que roba, miente y mata. En la culata de su revólver no marca el número de víctimas sino de sus desamores, pero eso será otra historia. La muerte le encontrará, de eso podemos estar seguros, pero será inesperada, de sopetón, a contracorriente, no cuando a la parca le apetezca, y además será con los pantalones bajados, follando. Lástima que el destino es miope –en realidad se la tenía jurada- y lo encontrará remetiéndose los calzones después de cagar.




Ella: dirán que es una actriz de medio pelo, pero en realidad es la mejor intérprete de todos los tiempos, porque con solo enseñar una media sonrisa y levantar un poco los ojos puede conseguir que le atraviesen el esternón y le devuelvan la vida; porque sabe pisar decidida, y porque bailando descalza -con los pies sucios y las uñas recién pintadas- puede obtener que un mindundi se juegue el porvenir para darle un masaje en los pies. Incluso ha logrado que el matón más matón de todos se deje capturar matrimonialmente. Aunque no lo demuestre ella es adicta al misterio de vivir. En un futuro podría ser Lola.



El marido: Será el típico asustaniños de barrio, empezará rompiendo cabinas telefónicas por cuatro monedas y seguirá chanchullando con sustancias para soñar, pero al llegar a la madurez decidirá que no quiere quedarse a medio camino, que no quiere ser Mafifa, un cándido feliz y tan negro como la miseria, tampoco quiere ser el negro forastero y estúpido que se dejó apresar (sin cometer el delito de robarse las tres bolas de billar) porque todos le dijeron “en este pueblo no hay ladrones”.
Y sus cortas luces concluirán que él debe ser Marsellus, un negro colosal y sanguinario. Más corpulento y temible que aquel protomacho macondero cuya respiración volcánica se percibía en toda la casa, mas burro y descomunal que aquel atarván que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban flores. Querrá ser superior a todo y a todos, más que aquel José Arcadio que se cagaba dos veces en natura y en contra natura, en las leyes físicas y celestiales. Pero -siempre hay un pero- encontrará un rastro de sangre sobre la nieve siberiana que le llevará hasta M. Su perdición.

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