Para empezar será un
trío. La base de cualquier problema es el tres. El, Ella, y el Marido
Él: debe ser un
sicario como los de antes, un romántico sin lágrimas ni sonetos atravesados, un
caballero de los pies a la cabeza que roba, miente y mata. En la culata de su
revólver no marca el número de víctimas sino de sus desamores, pero eso será
otra historia. La muerte le encontrará, de eso podemos estar seguros, pero será
inesperada, de sopetón, a contracorriente, no cuando a la parca le apetezca, y además será
con los pantalones bajados, follando. Lástima que el destino es miope –en
realidad se la tenía jurada- y lo encontrará remetiéndose los calzones después
de cagar.
Ella: dirán que es una
actriz de medio pelo, pero en realidad es la mejor intérprete de todos los
tiempos, porque con solo enseñar una media sonrisa y levantar un poco los ojos
puede conseguir que le atraviesen el esternón y le devuelvan la vida; porque
sabe pisar decidida, y porque bailando descalza -con los pies sucios y las uñas recién pintadas- puede
obtener que un mindundi se juegue el porvenir para darle un masaje en los pies.
Incluso ha logrado que el matón más matón de todos se deje capturar
matrimonialmente. Aunque no lo demuestre ella es adicta al misterio de vivir. En un futuro podría ser Lola.
El marido: Será el
típico asustaniños de barrio, empezará rompiendo cabinas telefónicas por cuatro
monedas y seguirá chanchullando con sustancias para soñar, pero al llegar a la
madurez decidirá que no quiere quedarse a medio camino, que no quiere ser
Mafifa, un cándido feliz y tan negro como la miseria, tampoco quiere ser el
negro forastero y estúpido que se dejó apresar (sin cometer el delito de robarse
las tres bolas de billar) porque todos le dijeron “en este pueblo no hay
ladrones”.
Y sus cortas luces concluirán que él debe ser Marsellus, un
negro colosal y sanguinario. Más corpulento y temible que aquel protomacho macondero
cuya respiración volcánica se percibía en toda la casa, mas burro y descomunal
que aquel atarván que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades
marchitaban flores. Querrá ser superior a todo y a todos, más que aquel José
Arcadio que se cagaba dos veces en natura y en contra natura, en las leyes
físicas y celestiales. Pero -siempre hay un pero- encontrará un rastro de sangre
sobre la nieve siberiana que le llevará hasta M. Su perdición.
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