Nieva, y Ella se envuelve en un kimono, comprueba que por fin el pelo ha dejado de gotearle cintura abajo y saborea la palabra "mindundi" entre sorbo y sorbo de un café espeso y oscuro como el mar batiendo contra el malecón de su pueblo, pero sin los gatos flotantes.
Él es un aventurero y un bocazas, pero a ella no le interesa que sea de otra manera. No va a pedirle nunca que la quiera; le basta con que siga domando las palabras a fuerza de morderles los muslos y con que insista en descubrirla con su hocico tenaz aún cuando los relojes de invierno de vistan de verano.
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