Nadie le come el coño a las
putas. Esas fueron las últimas palabras con las que
me obsequiaste ayer, antes de que saliera disparada de allí con dos braguitas y
el cepillo de dientes dentro de una bolsa del super. Pero qué más da. Al fin y
al cabo no me gusta que me coman el coño, ¿o tampoco eso has llegado a
entenderlo? Y para tu información te diré que solo soy puta a partir de las
24:00, cuando todo está permitido y la luna acompaña al olvido, o cuando el
chico merece la pena. Tú dejaste de merecerla en el mismo instante en que decidiste que los mismos pendientes de plata
con amatistas eran un regalo ideal para mí y para tu compañera de trabajo.
Todo lo demás ya no cuenta. Lo
único que me queda es el recuerdo de un gin-tonic a media tarde en un pequeño
local mientras tus ojos atravesaban mi escote y tu respiración hablaba por ti,
delirante de ginebra.
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