Este lunes me desperté confundido y con la boca confitada. El domingo fue una noche más de insomnio, pero esta vez fue placentero, dormí poco pero de una manera acompasada.
Lo extraño fue despertar con un regusto en la boca a melocotón y azafrán, y las sábanas sucias.
Ahora que ya llegó el calor duermo en pelotas, por lo tanto las manchas en las sábanas fueron debidas a una polución nocturna, cosa que no me pasaba desde ni recuerdo cuándo. Busqué el origen de todo eso en mis sueños hasta que di con él. Había soñado con un cuerpo, con una mujer de tetas adolescentes y coño de funambulista, con una mujer de lenguaje lascivo y bemba provocadora. Seguí desmadejando el sueño a pesar que el muy cabrón desaparecía cuanto yo más intentaba visualizarlo: tuve sexo con esa mujer aunque estoy convencido que ni siquiera llegamos a follar, fue sexo de caricias y lenguas, fue sexo de abrazos y palabras. Mi lengua y su lengua buscaban y encontraban todos los agujeros de nuestros cuerpos, mis manos y sus manos se aprendieron las virtudes y los defectos de nuestras pieles.
La verdad es que fue una manera poco salvaje de desquitarme con esa mujer, la verdad es que fue casi dulce.
Jamás pensé que unas imágenes o unos recuerdos me provocarían excitación onírica. A mí es fácil ponérmela dura, lo reconozco, con fotografías, con palabras, con acentos, con pensamientos, cualquiera de esas armas femeninas es capaz de empalmarme, pero hasta ahora ninguna mujer se había metido dentro de mis sueños.
¿Desapareció usted del mapa?
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