Aquel disparo inmortalizó mil pensamientos, doscientas ganas y dos manos que luchaban contra la fuerza que a gritos las inmantaba. El acohol y el valor hacía mucho que se habían evaporado y con ellos el carmín de los labios que ella habría querido tatuarle por todo el cuerpo en el baño de cualquier bar, en la esquina de cualquier callejón. En la madrugada de la Diagonal.
En la mente de él aún había esperanzas de allanar un portal entreabierto y alargar el alba entre sus piernas, queriendo cuidarla cuanto se dejara, alzando su peso y sosteniéndolo frente a la pared para aliviar esos torturados pies que le hacían caminar a trompicones mal disimulados y arrancarle gemidos ahogados. A ella le habría encantado oírlo, pero él nunca lo pensó tan alto.
Llegaron al puerto y ella cogió un avión que la condujo a los hermanos Grimm. Tierra de amores desgarradores y finales suspensivos, de cuchillos de piedra y libros en inglés.
Se miraron a los ojos, queriendo aproximarse hasta quemarse la piel, queriendo enterrar los miedos de uno en las clavículas del otro y el deseo latente y ardiente en lugares más recónditos.
- No puede estar escrito en las estrellas lo que no termina en supernova.
Y con la explosión en sus entrañas se dieron media vuelta tratando de no mirar atrás, maldiciéndose por no haberse dado la oportunidad de dejar de ser cobardes.
...
Amanecida y antes del primer bostezo ya había pensado su nombre cincuenta veces. Cogió lápiz y papel y comenzó a escribir las palabras que aquella noche no se dijeron, evitando que volvieran a quedarse en el tintero. Una de esas cartas, quizás, que por miedo a que se lean terminan guardadas bajo llave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario